Veinticinco escritos breves y veinte fotografías en blanco y negro hacen Todos los veranos fueron felices. A las pocas páginas queda claro que los textos no van a describir las imágenes ni las imágenes van a ilustrarlos: un sutil equívoco que podría ser una clave de acceso.
El libro, editado en Madrid por La Discreta, es una pequeña bitácora narrativa y visual. Los hechos se vuelven significativos en su deriva por la memoria, una estela agitada justamente por las fotos (y los algoritmos). Las fotografías, tomadas sobre película, registran la “espuma de los días”, fueron hechas en paralelo al trabajo profesional de su autor.
El proyecto, desarrollado en el entorno de la Diplomatura en Artes del Libro de la UNA, tuvo como editora a Julieta Escardó y a Alicia Márquez a cargo del Arte. La factura impecable se debe a Brizzolis, una de las mejores imprentas del mundo para estos trabajos, que tiene clientes como, por ejemplo, el MOMA y el Reina Sofía.